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la historia de bruno

CHINA

Viernes, 16 de noviembre de 2018. Ese fue mi primer día en China. Todavía en el aeropuerto, todo me hacía recordar a la pregunta que me habían hecho en la entrevista: “¿Qué hace cuando se encuentra en una situación inesperada?”. Ese día, mi amigo Christian Britis y yo llegamos para trabajar como estudiantes valdenses, cuya función es crear puentes entre jóvenes universitarios y las comunidades que la Iglesia mantiene en una determinada región.

A medida que nos involucrábamos con las actividades del proyec¬to, las experiencias nos mostraban que lo inesperado sería nuestra rutina. Y lo inesperado vino de muchas maneras: las dudas que modificaban nuestro plan ori¬ginal, como las que permearon los semestres lectivos; sorpresas que nos asustaban, relacionadas a los riesgos de vivir en un régimen cerrado al proselitismo; un terremoto que alcanzó regiones cercanas a donde estábamos; y, principalmente, el modo como el Espíritu Santo nos guiaba a las personas dónde y cuándo menos lo esperábamos.

Recuerdo un almuerzo con Christian y el pastor responsable por el proyecto. Mientras yo me adaptaba para comer con los kuàizi, los famosos palillos, conversá¬bamos sobre nuestra capacitación.

De pronto, el pastor interrumpió nuestra conver¬sación y le preguntó a mi compañero, que ya conocía algo de mandarín, si entendía lo que las personas a nuestro lado estaban hablando. Christian estaba comenzando a entender de qué se trataba cuando el grupo se levantó para salir del restaurante. Luego lo hizo el pastor, para alcanzarlos. Yo permanecí sentado sin entender nada de lo que pasaba, cosa que, además, se repitió innumerables veces hasta que comencé a aprender el idioma. Aun así, el momento parecía importante.

Al volver, el pastor estaba visiblemente entusiasmado. Aquellos no eran chinos comunes, sino que profesaban la fe en Jesús y hablaban justamente de eso durante el almuerzo. Se trataba de una comunidad underground, o sea, una iglesia que, como la mayor parte de los chi¬nos cristianos, se ve obligada debido a las contingencias, a reunirse en las casas. Y lo más interesante de la historia: ellos lo hacian en nuestro condominio, en el departamento de al lado.

Pensamos mucho en lo que había ocurrido ese día. ¿Cuáles eran las posibilidades de encontrar, en un país extremadamente secular y en una ciudad tan grande como aquella, una comunidad de cristia¬nos que se reunía en el mismo condominio donde vivíamos? Ínfimas, pues, aun siendo posible conocer chinos cristianos, verlos actuar de un modo que muestren su fe es muy raro, dada la discreción que de¬ben tener.

Conviviendo con aquella comunidad, tuvimos momentos que nos marcaron y de los que aprendimos mucho. Al cono¬cer las historias de conversión, pudimos entender el desafío que es para un chino aceptar a Cristo. Muchas veces, ellos sufren el rechazo de la familia, que es, tal vez, el principal pilar en su cultura. Allí también hicimos un amigo que se volvió fundamental para nuestro proyecto, y que se convirtió en nuestro principal enlace con otras comunidades cristia¬nas y jóvenes chinos que, después, se hicieron nuestros amigos.

Fueron nueve meses de experiencias inesperadas. No fue fácil lidiar con lo desconocido o con la sensación de impotencia. Yo me pregunté varias veces: “Si no tengo nada para sumar, ¿qué vine a hacer aquí?”. Pero ese al¬muerzo me mostró que mi tiempo allí no sería medido por mis iniciativas. Fui enviado como parte de algo mayor, que aún no puedo entender. No es fácil vivir de ojos vendados, pero siempre es mejor confiar en Aquel que todo lo ve.

Bruno Duarte, Brasileño, Unión Central Brasileña.

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